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Reducir la demanda, no solo aumentar la oferta

Ernesto Rojas Morales

Una nueva mirada sobre la movilidad urbana

Durante años, las políticas de transporte en las grandes ciudades han girado en torno a una misma idea: ampliar la oferta. Más buses, más taxis, más vías, más metros, más cables aéreos. Pero esta visión expansiva ha llegado a su límite. El problema no es solo de infraestructura, sino de enfoque: seguimos intentando mover más personas en lugar de hacer que necesiten moverse menos.

El transporte urbano se ha convertido en un agujero negro financiero y ambiental. Las ciudades invierten enormes recursos en carreteras, semáforos, policías de tránsito —los “acostados” y los otros, los “pedigüeños”—, y en costosos sistemas de transporte masivo, sin que ello se traduzca en bienestar ciudadano. El tráfico aumenta, los tiempos de desplazamiento se alargan, el aire se contamina y el estrés colectivo se multiplica.

Reducir la necesidad de desplazarse

Una política moderna de movilidad debería centrarse en reducir la demanda de transporte, es decir, en disminuir la necesidad misma de recorrer grandes distancias. Hoy la tecnología lo permite. El trabajo remoto, la educación virtual y la telemedicina facilitan permanecer más tiempo en un solo lugar, con menores costos y menor huella ambiental. No obstante, la mayoría de las políticas públicas siguen ancladas en el pasado: se construyen autopistas, pero no se diseñan estrategias para evitar que las personas tengan que recorrerlas cada día.

El cambio también debe ser cultural. El comercio electrónico, por ejemplo, ha modificado los hábitos de consumo, haciendo posible abastecer los hogares sin necesidad de visitar centros comerciales. Sin embargo, las autoridades no han sabido aprovechar estas transformaciones para rediseñar la movilidad urbana.

En otras ciudades del mundo ya se aplican soluciones innovadoras. Una de ellas es el fomento de arrendamientos sociales tipo coliving —o “hoteles de largas estadías”—, que permiten a las familias residir temporalmente cerca de sus lugares de trabajo o estudio, reduciendo tiempos y costos de transporte. Otra medida eficaz es eliminar los picos horarios de congestión mediante la diferenciación de los horarios laborales y académicos, y trasladar el transporte de carga y los trabajos en vía a las horas nocturnas.

Y, por último, una pregunta que desafía los modelos tradicionales: ¿no ha llegado la hora de pensar en un transporte público gratuito? Si la movilidad es un derecho esencial para acceder al trabajo, la educación y la cultura, ¿por qué debe seguir siendo una carga económica? Ciudades como Tallin, en Estonia, y Luxemburgo ya lo han hecho, con resultados positivos en equidad y sostenibilidad.

Repensar el transporte urbano no es un desafío técnico, sino una transformación cultural. El verdadero progreso no consiste en movernos más rápido, sino en tener que movernos menos. Tal vez el desarrollo urbano del futuro consista, precisamente, en lograr que la ciudad se acerque a nosotros, y no nosotros a ella.

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