Valentina Méndez, estudiante de Ciencia Política. Universidad del Tolima
El feminismo ha visibilizado problemáticas históricas como el trabajo no remunerado, la carga mental y la presión social que recae sobre las madres, producto de las brechas de género profundamente arraigadas. Sin embargo, en este debate sigue escapándose un eje fundamental: la paternidad. O, más bien, su ausencia.
En Colombia, esta brecha es alarmante. Según el Observatorio de Mujeres (2024), el 89,5% del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado
Hablamos de una paternidad construida desde el patriarcado, que privilegia a los hombres en lo público pero los exime de responsabilidades en lo privado. Así, muchas madres terminan asumiendo la crianza en solitario —incluso cuando el padre está presente— porque, como dice el refrán: “Padre que no cría, es padre de nombre nada más”.
La desigualdad en cifras: el caso colombiano
En Colombia, esta brecha es alarmante. Según el Observatorio de Mujeres (2024), el 89,5% del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado —como preparar alimentos, limpieza y atención a menores— recae sobre las mujeres. Mientras tanto, los hombres suelen asumir tareas esporádicas, como reparaciones domésticas o manejo de finanzas, que apenas representan el 34,2% de estas labores.
Maternar sin apoyo no solo implica cansancio; significa cargar con decisiones duras, culpas injustas y una sociedad que juzga más de lo que acompaña.
Esta disparidad no es casualidad: responde a roles de género históricos que dictan qué es “cosa de mujeres” y qué es “cosa de hombres”. Así, se normaliza que las madres carguen con el peso físico y mental del hogar, mientras que a los padres se les celebra por el mínimo esfuerzo —como cambiar un pañal o asistir a una reunión escolar—, tratando lo excepcional como si fuera un mérito.
Maternar en soledad: entre la fortaleza y la vulnerabilidad
Maternar sin apoyo no solo implica cansancio; significa cargar con decisiones duras, culpas injustas y una sociedad que juzga más de lo que acompaña. Las madres son señaladas si expresan agotamiento, si reclaman tiempo para sí mismas o si “no cumplen” con el ideal de abnegación impuesto. Mientras, la paternidad ausente pasa desapercibida, como si la crianza fuera un deber exclusivamente femenino.
Pero este no es un llamado a victimizar a las mujeres, sino a *cuestionar una estructura que perpetúa la desigualdad. Mientras no repensemos la paternidad desde *una ética del cuidado real —que implique corresponsabilidad emocional, física y económica—, seguiremos delegando en las mujeres la tarea agotadora de sostenerlo todo.
La revolución empieza en casa. Y es hora de que los hombres asuman su parte.