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Dudas existenciales

Octavio Cruz

Supeditados, las mayorías de los habitantes del planeta, en confiar en expertos promeseros respecto de supuestas soluciones ausentes en el plano material de la realidad, hemos caído en el fondo de una especie de espiral, un cortocircuito aletargante de lo colectivo, diseñado y desarrollado por aquellos que se saben capaces de utilizar sus palabras como herramientas ideales. En cuanto toman conciencia de que los engaños les permiten y proporcionan poder al reconocerse como osados engañadores, se transforman en profesionales de estas lides: seres insensibles, incapaces de sentir vergüenza o pena después y detrás de cada transgresión de las promesas que realizan en medio de ofrecimientos incumplibles.

De esta anómala situación surgen entonces varios cuestionamientos hacia el resto de congéneres: ¿es esta una condición inherente a la especie humana?, ¿no existe acaso alguna manera de detener la magistral manipulación educativa, adherida hasta la médula entre poblaciones necesitadas de verdades, ansiosas por encontrar rutas que nos lleven a todos por igual hacia estadios de superación comunitaria y societaria?

Si no existen respuestas lógicas y concretas ante estas dudas, quiere decir que estamos frente a un entrampamiento congénito, que se seguirá repitiendo generación tras generación, y elección tras elección, convirtiendo a las sociedades humanas en instrumentos de juego para los pocos que se sienten con la capacidad de mentir. Así, se hace evidente que las normas y leyes son simples propuestas de buenas intenciones, porque las mayorías no entienden ni saben cómo instrumentalizarlas a su favor para lograr condiciones existenciales acordes con la supuesta capacidad de razonar y usar la inteligencia racional y emocional, que podría convertir a la humanidad en una especie superior al dictado de unas instrucciones naturales en medio de una jungla universal, donde priman los más salvajes, fuertes, brutales, variables y adaptables en los periodos otorgados por la evolución.

Esto deja en claro que quizá somos una mera aberración en el tiempo, y no las criaturas portentosas que creemos ser.

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