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Religión, política y duelo: el mensaje al mundo

José Alejandro Díaz Chapetón

El 2025 ha sido, sin duda, un año marcado por la despedida de figuras trascendentales en esferas tan complejas y simbólicas como la religión y la política. En un mundo cada vez más interconectado, donde la globalización nos permite mirar más allá de las fronteras físicas y mentales, las partidas de estos líderes no solo generan impacto emocional: nos obligan a repensar el papel de la ética, el poder y la espiritualidad en nuestras sociedades.

La muerte del papa Francisco representa un hito histórico. Más allá de la elección de su sucesor, León XIV, el legado de Jorge Mario Bergoglio no se reemplaza con facilidad. Su pontificado estuvo cargado de gestos humanistas, discursos transformadores y una apertura hacia temas que por siglos habían sido tabú dentro de la Iglesia. Su libro Esperanza no fue solo un título, fue un manifiesto. En él, propuso una fe activa frente a los grandes desafíos del presente: el cambio climático, la amenaza nuclear, la crisis migratoria y la deshumanización de la política.

Francisco entendió que el poder de la palabra, cuando se usa con responsabilidad y empatía, puede ser más fuerte que cualquier dogma

Francisco entendió que el poder de la palabra, cuando se usa con responsabilidad y empatía, puede ser más fuerte que cualquier dogma. Por eso, su mensaje caló tan profundamente entre los jóvenes y los marginados, en quienes vio siempre un reflejo del Cristo olvidado por los sistemas y estructuras tradicionales. Él no solo predicó desde el púlpito; construyó puentes, tendió la mano y cuestionó la indiferencia.

Ese mismo poder transformador de la palabra lo encarnó también José ‘Pepe’ Mujica, otro gigante que este año dejó una huella imborrable. Su paso por la presidencia de Uruguay no fue solo una experiencia de gobierno, sino una lección ética. Mujica entendió que el liderazgo no radica en el lujo ni en el protocolo, sino en la coherencia entre el discurso y la acción. Desde su austera casa en las afueras de Montevideo, impulsó un modelo político centrado en la justicia social, la equidad y los derechos humanos, convirtiéndose en un símbolo de resistencia frente al cinismo del poder.

Ambas figuras —el papa Francisco y Pepe Mujica— compartieron una visión: que la verdadera riqueza no está en lo material, sino en el espíritu humano, en la capacidad de decidir con sabiduría, de escuchar con respeto y de actuar con empatía.

Ambas figuras —el papa Francisco y Pepe Mujica— compartieron una visión: que la verdadera riqueza no está en lo material, sino en el espíritu humano, en la capacidad de decidir con sabiduría, de escuchar con respeto y de actuar con empatía. Ellos nos recuerdan que el legado de un líder no se mide por la cantidad de leyes aprobadas o ceremonias celebradas, sino por la profundidad de su impacto en la conciencia colectiva.

Este mes, entonces, no solo marca un cierre. Es también un llamado a la introspección. En tiempos de polarización, de discursos vacíos y de creciente desconfianza en las instituciones, urge retomar la esencia de estos liderazgos. Es hora de fortalecer los mecanismos de resolución pacífica de los conflictos, de abrir las puertas del conocimiento sin prejuicios y de valorar el diálogo como herramienta política y espiritual.

Comienza así un nuevo capítulo en la historia de nuestra civilización. Uno que debe estar guiado por la esperanza, por la fe en la humanidad y por el reconocimiento de que cada ser humano tiene algo valioso que aportar. La oportunidad está servida: depende de nosotros tomarla y construir, desde las palabras y los hechos, un mundo más justo, más sabio y profundamente humano.

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