Carlos Medina Gallego
Historiador y analista político
Entre la servidumbre, la resistencia y la dignidad
Un artículo dedicado a NUBIA MARTINEZ y a sus valientes reclamos frente a la realidad de la mujer campesina en Boyacá – Colombia
En los campos de Colombia, donde la vida se aferra a la tierra con la dureza del surco y el sudor, la mujer campesina carga sobre sus hombros el peso de una historia de exclusión, explotación y silencios forzados. Su existencia ha sido moldeada por relaciones de poder profundamente patriarcales, donde el trabajo, la vida y el cuerpo son territorios colonizados por el machismo, la pobreza y la violencia estructural.
A. LA ESCLAVITUD DOMÉSTICA Y PRODUCTIVA.
La mujer campesina colombiana enfrenta una doble y, a menudo, triple jornada: trabaja la tierra, cuida a la familia y mantiene el hogar en condiciones de absoluta precariedad. Aun cuando aporta de manera decisiva a la producción agrícola, su labor es invisibilizada por un sistema económico que no reconoce ni remunera el trabajo reproductivo. Se trata de una forma de esclavitud moderna, donde el trabajo no tiene salario, el cuerpo no tiene descanso y la voz no tiene eco.
En muchas zonas rurales, el acceso a servicios básicos como salud, educación, agua potable o energía eléctrica sigue siendo una promesa incumplida. Las mujeres viven y crían a sus hijos en condiciones que rayan en lo infrahumano. Sus cuerpos, además, son los primeros en ser golpeados por la violencia armada, el desplazamiento forzado, la represión estatal y el abandono gubernamental.
B. PATRIARCADO, SERVIDUMBRE Y CONTROL DEL CUERPO.
La vida de la mujer campesina está marcada por el control patriarcal del cuerpo y la voluntad. Desde edades tempranas, muchas niñas son obligadas a asumir roles de cuidado y sumisión, y una vez adultas, se les impone la maternidad como destino, y el sacrificio como virtud. El poder patriarcal no se expresa solo en lo íntimo, sino también en lo político: el acceso de las mujeres a la tierra, al crédito, a la participación en organizaciones sociales y al poder local ha sido restringido históricamente por estructuras machistas que las relegan a un papel de acompañamiento o de simple fuerza de trabajo.
Los cacicazgos regionales, profundamente anclados en prácticas clientelistas y autoritarias, reproducen estas relaciones de subordinación. Las mujeres son instrumentalizadas como votos, como fuerza de trabajo electoral o como botín de guerra simbólico para mantener el poder territorial en manos de élites masculinas conservadoras, muchas veces vinculadas con redes de corrupción, narcotráfico o paramilitarismo.
C. UNA VIDA PRECARIZADA
La pobreza estructural del campo colombiano tiene rostro de mujer. Según informes de la Misión para la Transformación del Campo, las mujeres campesinas enfrentan mayores índices de pobreza multidimensional que los hombres, acceso limitado a la propiedad de la tierra (solo el 26 % de los predios rurales están a nombre de mujeres), y discriminación sistemática en las políticas públicas. En muchas regiones, su esperanza de vida es inferior a la media nacional y su acceso a servicios de salud sexual y reproductiva es casi nulo.
La falta de educación y de infraestructura escolar adecuada refuerza el círculo de pobreza intergeneracional. Muchas niñas campesinas abandonan la escuela para ayudar en las labores domésticas o para casarse precozmente, perpetuando una cultura de resignación, sumisión y silenciamiento.
D. LUCHAS POR LA TIERRA Y LA DIGNIDAD.
Pese a este panorama desolador, la mujer campesina ha sido protagonista de luchas admirables por la tierra, la soberanía alimentaria, la dignidad del trabajo rural y la justicia social. Movimientos como el de la Asociación Nacional de Mujeres Campesinas, Negras e Indígenas de Colombia (ANMUCIC), las Dignidades Campesinas, los procesos de mujeres en el Congreso de los Pueblos o en las Zonas de Reserva Campesina han hecho visibles sus reivindicaciones y exigencias.
Estas mujeres no solo reclaman acceso a la tierra, sino a la vida plena, a la justicia y a la palabra. Exigen ser reconocidas como sujetas políticas, como productoras, como lideresas sociales. Sus luchas confrontan el patriarcado rural, las lógicas clientelistas, la violencia armada y el extractivismo, que amenaza con arrebatarles no solo el territorio sino el sentido de comunidad.
E. NUEVAS RESISTENCIAS FRENTE A LAS VIEJAS OPRESIONES.
En los últimos años, ha emergido una nueva generación de mujeres campesinas que se organizan desde una conciencia crítica y de feminismo campesino y popular. Ellas cuestionan las formas tradicionales de organización agraria que han marinado aquísus voces, y construyen redes de solidaridad, economías alternativas y pedagogías de la resistencia.
Desde la agroecología, las escuelas campesinas, los procesos de comunicación popular, las mingas por la vida y los encuentros de mujeres rurales, han comenzado a subvertir el relato patriarcal del campo. La palabra se ha convertido en herramienta de emancipación, y el cuerpo, antes esclavizado por el trabajo y el control, se reivindica como territorio de libertad.
Estas resistencias también denuncian la violencia de género en el contexto rural, el abuso por parte de actores armados, la negligencia institucional y la falta de políticas con enfoque de género rural. A través de sus luchas, reconfiguran el campo como un espacio de vida digna, no de servidumbre.
F. UNA JUSTICIA CAMPESINA CON ROSTRO DE MUJER
La mujer campesina colombiana no es una víctima pasiva de las estructuras patriarcales y capitalistas que rigen el campo. Es una luchadora incansable por el derecho a vivir, sembrar, cuidar, hablar y decidir. Su lucha no es solo por la tierra, sino por la posibilidad de construir un mundo en el que valga la pena vivir.
Cualquier proceso de reforma agraria, de transformación rural o de construcción de paz debe reconocer centralmente su papel. No habrá justicia social sin justicia de género en el campo. No habrá paz sin la dignificación plena de la vida de las mujeres campesinas.
Porque ellas, que han parido la resistencia en medio del polvo y la sangre, son las verdaderas sembradoras de esperanza. La paz tiene nombre de mujer.