El libro que nos pide pasar la página de La Violencia para construir civilidad
Alexander Velásquez
¿Podemos encontrar razones para no seguir matándonos?
Siempre he tenido curiosidad por saber quién escribe y quién valida la Historia oficial de Colombia, la historia verdadera que se les debe contar a los chicos en los colegios y a los muchachos en la universidades.
Un nuevo libro, que se puede descargar gratuitamente desde internet, desvirtúa la fama de pueblo violento que nos persigue desde La Violencia (ese periodo que se alarga entre 1948 y 1964); fama que los propios colombianos hemos alimentado, hay que decirlo, y que hemos dejado crecer por cuenta de nuestra versión muy criolla de las siete plagas de Egipto: guerrillas, narcos, paramilitares, disidencias, bandas criminales, delincuencia común y, últimamente, crimen trasnacional.
Me viene a la mente la frase que pronunció el padre Francisco de Roux, siendo presidente de la Comisión de la Verdad: “Si hiciéramos un minuto de silencio por cada una de las víctimas del conflicto armado, el país tendría que estar en silencio durante 17 años”: Esa regla de tres totaliza casi diez millones de seres humanos: Haga de cuenta como si un día desaparecieran todas las personas de Bogotá y de algunos de sus municipios vecinos.
Cuesta creer algo semejante, porque no siempre se tienen cifras oficiales ni confiables sobre nuestra propia Historia, somos más bien esa sociedad que se mueve a sus anchas en el terreno de las especulaciones. La época de La Violencia es el mejor ejemplo. Existe al menos una docena de versiones sobre el saldo final de víctimas que la bronca entre liberales y conservadores arrojó a los cementerios durante esos dieciséis años.
No obstante, alienta saber que todavía hay en el país un espacio para la esperanza y que, sin negar nuestro pasado luctuoso, podemos abrazarlo con una mirada más optimista que nos permita cambiar el chip de la derrota colectiva. Se lo escuché el otro día al arquitecto bogotano Carlos Roberto Pombo Arquitecto, quien es además experto en el desarrollo histórico, físico y demográfico de Bogotá: “La narrativa de que somos un país violento nos ha nublado la posibilidad de construir una ciudadanía y una civilidad más eficaces. Entendemos la civilidad como ese sentimiento profundo que permite la relación armónica entre ciudadanos”.
Bajo esas consideraciones, y con paciencia de relojero, este hombre se dio a la tarea de investigar por qué hay tantos datos, y tan contradictorios entre sí, sobre la violencia política; también indagó si aquel fenómeno social llenó a Bogotá de familias de desplazados o qué otras causas alentaron las migraciones del campo a las ciudades.
El primer hallazgo sorprende: las víctimas de la violencia bipartidista no habrían sido 300 mil, ni siquiera 200 mil, que son las cifras más altas que se conocen, sugeridas por los respetadísimos sociólogos Eduardo Umaña Luna, Germán Guzmán Campos y Orlando Fals Borda en su documentada obra “La Violencia en Colombia” (1988).
“Fueron 48 mil los muertos”, dice un categórico Carlos Roberto Pombo ante un atestado auditorio del Parque Museo El Chicó de Bogotá donde presentó su libro “Demografía, violencia y urbanización”, que compila los resultados y análisis de sus pesquisas, publicación que cuenta con el respaldo de la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá, que hoy preside.
Para llegar a esta conclusión, se basó en los estudios que hicieron para el Banco de la República los economistas Adolfo Meisel y Julio Romero, quienes cuantificaron el número de homicidios entre 1945 y 1969, al reconstruir la demografía (datos de población) del período 1938-1973, valiéndose de técnicas estadísticas con rigor metodológico.
Como soporte el libro aporta 33 gráficas y ocho tablas elaboradas por el autor.
Atravesar las 142 páginas de esta obra permite conocer, entre otras cosas, las razones que llevaron a que la población de Bogotá se multiplicara por cinco en la década de 1960 (época en que, además, aumentó la esperanza de vida en el país), y más que nada para entender donde se cruzan la historia de Colombia y la historia de Bogotá, que es la historia de un país que poco a poco se ha ido desprendiendo de su alma rural para abrazar un espíritu más urbano, con lo bueno y lo malo que eso supone.
“La migración a las ciudades obedeció principalmente a la diferencia de ingresos que percibían los trabajadores del campo y los de la ciudad”: Carlos Roberto Pombo.
El otro tema central del libro tiene que ver con esta pregunta: ¿Fue La Violencia la causa principal -o la única causa- que disparó el crecimiento demográfico de Bogotá? Otra vez la respuesta de Pombo es un rotundo no. Lo relata así: “La inmigración a la ciudad empezó en 1938, es decir que fue anterior al periodo conocido como La Violencia, y aunque no se excluye este fenómeno, no fue la causa principal de estos flujos migratorios”.
Nos acostumbraron a contar los muertos, nos volvimos expertos en inventariar nuestros dolores; al final del día, tal vez las cifras no importen tanto, porque lo que debe importar son las vidas que se pierden para que no se sigan perdiendo. Lo dijo en 2020 el padre de Roux: “No quiero que hablemos de números, cada una de esas personas es básicamente una campesina, un indígena, su sangre quedó en nuestra tierra, cada uno de ellos era la esperanza de sus comunidades”.
Entonces, tal vez sea hora de pasar la página: dejar a los muertos en paz y más bien ponernos a buscar razones mayores para no seguir matándonos, que es lo que propone Carlos Roberto Pombo con su libro: avanzar en la construcción de una nación civilizada. En otro de sus libros, “Bogotá asediada siglo XIX”, afirma lo siguiente: “La civilidad, que es fraternidad y solidaridad, es el antídoto certero contra la violencia”.
Entre tanto, podemos agradecer que una generosa Bogotá, con todo y sus problemas, siga abierta de par en par para los extraños de todas partes.
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