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Kidulting: tendencia de una adultez atrapada en una infancia artificial

Laura Valentina Méndez Serrano

Estudiante Ciencia Polítca, Univerdsidad del Tolima

En una sociedad atravesada por el algoritmo y la necesidad de pertenecer o encajar, surge un fenómeno llamado kidulting. Esta tendencia, instalada con fuerza en la cultura popular contemporánea, describe a personas adultas que adoptan comportamientos, gustos, productos y estéticas asociadas a la infancia. Desde coleccionar muñecos hasta consumir películas animadas como si fuera un ritual, el kidulting encuentra en el universo infantil un refugio emocional, pero también una maquinaria de consumo disfrazada de nostalgia.

Este fenómeno no es espontáneo, y mucho menos inocente: es el resultado directo de un sistema capitalista que ha aprendido a sofisticar sus mecanismos de venta explotando lo más íntimo de la humanidad, como lo son los recuerdos y las emociones. En tiempos de precariedad económica, inseguridad laboral y ansiedad existencial, muchos adultos recurren al consumo de productos infantiles como forma de evasión. Pero lo que aparentemente puede parecer una decisión personal y libre es, en realidad, una estrategia de mercado cuidadosamente ejecutada.

Las redes sociales han sido el epicentro de este engranaje. A través de influencers, tendencias y publicidades segmentadas, se ha legitimado el discurso de que “regresar a la niñez” es lo que todo adulto realmente desea. Así, la infancia se convierte en un lugar seguro, idealizado, alejado de las responsabilidades y frustraciones de la adultez. No es casualidad que marcas multinacionales relancen productos de los años 80 y 90, como los personajes en Funko Pop. Estas figuras fueron diseñadas para adultos fanáticos de las franquicias de su infancia —Marvel, Disney, Pokémon, entre otras—. Las empresas ya no venden objetos, sino memorias.

Pero el núcleo de este fenómeno no es, en sí, el retorno a lo infantil, sino que dicho retorno no cuestiona el sistema ni el consumismo, sino que lo alimenta. El kidulting es entonces un síntoma de resistencia al adultocentrismo y, al mismo tiempo, la radiografía de una sociedad enferma, en la cual las decisiones de consumo reemplazan las decisiones políticas. En lugar de disputar el presente, muchos le huyen mediante la compra compulsiva de figuritas de plástico.

Detrás de ese deseo de volver a la niñez subyace un elemento aún más inquietante: la evasión de las responsabilidades que supone la adultez. Las exigencias de la vida adulta —trabajo, cuidado, compromisos sociales y políticos— son desplazadas por una cultura de gratificación instantánea, donde lo lúdico sustituye a lo reflexivo y donde sentirse abrumado se convierte en una excusa constante para no asumir responsabilidades. El kidulting no solo busca revivir la infancia, sino permanecer allí, porque el presente, atravesado por la crisis y la sobrecarga emocional, es, en realidad, invivible. Así, el sistema promueve una forma de adultez postergada, funcional a sus intereses: adultos que producen pero no cuestionan, que consumen pero no se comprometen.

A esto se suma una realidad que se intenta evitar, pero que el kidulting expone sin disimulo los vacíos emocionales que arrastran generaciones enteras. Muchas personas que hoy se entregan con fervor al consumo nostálgico crecieron en contextos marcados por la ausencia afectiva, la hiperexigencia, la inestabilidad familiar o el aislamiento emocional. El mercado ha logrado convertir esas heridas en oportunidades de negocio: lo que se compra no es solo un juguete o una película, sino un intento de reparar una infancia que fue incompleta, o incluso dolorosa.

El kidulting, entonces, no es solo una moda: es una forma de vida mediada por el mercado. Lo que se presenta como autenticidad emocional es, en muchos casos, una reacción inducida por el bombardeo constante de estímulos que nos recuerdan, una y otra vez, que consumir es sentir, y que sentir es comprar.

La pregunta no es si es válido disfrutar de objetos o experiencias ligadas a la niñez. La pregunta es por qué tantas personas necesitan hacerlo para sentirse bien. Y la respuesta puede estar menos en lo que eligen consumir y más en lo que este sistema ha hecho con nuestras formas de vivir, decidir y desear. Quizá lo que urge no es volver a ser niños, sino construir una adultez menos solitaria, más consciente y, sobre todo, más libre.

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