Alexander Velásquez
Unas honras fúnebres no eran el escenario para ofrecer un discurso proselitista y guerrerista, con el ojo puesto en las elecciones de 2026; discurso que apela al odio como arma política.
Los políticos colombianos nos deben muchos minutos de silencio porque cada vez que abren la boca o plasman sus pensamientos sobre el papel, conducen al país hacia el desbarrancadero.
Nunca he sido amigo de los sepelios, lo he dicho en varias ocasiones. Con suerte estaré presente en el mío sin estar presente. Estos eventos suelen estar revestidos de dolores e hipocresías por partes iguales. Nada más hay que ver los titulares de prensa para darme la razón. “Álvaro Uribe critica a Juan Manuel Santos por asistir a los actos fúnebres de Miguel Uribe”, titula El País de España. “Familia de Miguel Uribe pidió al presidente Petro y a su Gobierno no asistir a las exequias”, relata El Colombiano. “Hijo de Álvaro Uribe ignoró a Juan Manuel Santos en las exequias de Miguel Uribe”, dice Pulzo.
En un país camandulero como este no ha habido un cura capaz de convencernos de que la paz esté con nosotros. Esa actitud mezquina y cargada de ponzoña es el comportamiento del colombiano promedio que ni siquiera ahora y en la hora de la muerte es capaz de mantener la serenidad. Soy de los que cree que cuando la muerte nos convoca debemos tener la gallardía de asumirnos humanos y mortales, pues vamos para el mismo hoyo y al final nuestra soberbia y nuestros egos quedarán hechos polvo, como prueba de que no somos nada, así le hagamos creer a los demás que somos invencibles y eternos.
Por esa misma razón, no entiendo el ánimo belicoso del discurso del expresidente Álvaro Uribe, hoy reseñado como reo por los delitos de fraude procesal y soborno en actuación penal
Uno se muere una sola vez y lo que se esperaría es que esa única vez todos los homenajes, todas las atenciones y todas las consideraciones las merecieran el difunto y su familia. Una vez enterrado, habrá tiempo de sobra para empuñar la palabra como fusil y el lenguaje como arma de violencia política, que en esas materias Colombia da sopa y seco. A eso llamamos “el muerto al hoyo y el vivo al baile”.
Al escuchar cada línea del discurso que escribió Álvaro Uribe y fue leído en cámara ardiente –donde estallaron los aplausos y solo faltaron los vítores y la pólvora-, compruebo una vez más que el verdadero problema de esta nación sin remedio son los políticos y su actitud pendenciera… y así no vamos hacia ningún Pereira. Si no somos gente civilizada, adultos capaces de guardar la compostura, se lo debemos a algunos políticos que irrespetan la memoria del difunto, el protocolo y unas reglas mínimas de convivencia. Los aplausos y la arenga sobraban en el velorio.
Al expresidente le faltó consideración con la viuda y sus hijos. Fueron los últimos en ser nombrados en el discurso, cuando deberían ser los primeros; de eso se trata la empatía, creo yo.
En teoría Uribe está condenado por la justicia colombiana, pero en la práctica es como si siguiera en libertad haciendo uso de sus redes sociales y echando discursos políticos por interpuesta persona. Le correspondió esta vez al señor Gabriel Vallejo, director del Centro Democrático, leer el texto escrito por el jefe supremo de ese partido, discurso que –también hay que decirlo- escribió mientras paga 12 años de casa por cárcel en su hacienda de Ríonegro, Antioquia.
Lo que cada uno de nosotros es, para bien y para mal, queda retratado en las palabras que salen de nuestra boca o de nuestro puño, a veces más del hígado que del corazón. Las que salieron de Álvaro Uribe hablan de su lenguaje envenenado y guerrerista, como si aún no se resignara a aceptar que fue vencido en un juicio -en primera instancia- en el que contó con todas las garantías procesales: defensa, presentación de pruebas y apelación.
“Lo asesinaron con la instigación de la venganza inducida por Gustavo Petro”, recoge El Tiempo.
“En la historia del magnicidio de nuestra patria ha habido odios políticos y acciones criminales, pero estamos ante el caso excepcional del discurso presidencial, instigador”, mandó decir Uribe, sin adjuntar pruebas claro, como mucho de lo que se dice en este país al son de los tarros y de los cálculos políticos. Es la sociedad del espectáculo que usa el pesar y las emociones al mismo tiempo con el dedo acusador.
Este reel es una muestra para la historia de nuestra sociedad del espectáculo.
Pidió celeridad en las investigaciones hasta dar con los autores intelectuales, que es lo que grita Colombia desde los tiempos de Jorge Eliécer Gaitán, así que estamos de acuerdo con él y con quienes siguen clamando por los miles de muertos de la izquierda que se cobró la violencia política, incluidos varios magnicidios: Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Ossa, Carlos Pizarro, Manuel Cepeda… y una larga y dolorosa lista de seres humanos que fueron silenciados a las malas.
Sigamos con el discurso. “Martirizaron su familia. Eliminaron al gran esposo, al gran padre, al gran hermano, al gran hijo. (…) Nosotros no decimos quién tiene derecho a vivir. Nosotros reclamamos la protección de la vida de todos los colombianos”.
Solo recordemos que durante los dos gobiernos de Álvaro Uribe –el segundo logrado a costa de descuadernar la Constitución Política de Colombia para aprobar el articulito que permitió su reelección- no se protegió la vida de 6.402 almas, cuyas familias siguen esperando que alguien les pague sus muertos, a los que siguen llamando falsos positivos.
Se opone a la reconciliación entre los colombianos como si él tuviera la última palabra: “Basta con la Constitución, que fue fruto de un gran acuerdo nacional”, dijo, sin decir que aquí la Carta Magna sigue siendo en muchos aspectos letra muerta.
Uribe hizo un llamado para que los órganos de inteligencia de Estados Unidos, Reino Unido e Israel ayuden a esclarecer el crimen de Uribe Turbay. No sé cómo podría Israel ayudar ahora que las relaciones con ese país están rotas y su ejército demasiado ocupado creando caos en Palestina, donde están muriendo por miles civiles inocentes, niños y periodistas, sin que el mundo pestañee.
Las palabras de Álvaro Uribe son una afrenta a las víctimas y sobrevivientes del genocidio contra la UP.
Tan grave como acusar a Petro de instigar el asesinato de Uribe Turbay, fue el señalamiento que hizo en su discurso contra la Unión Patriótica: “Él, como nuestro partido y las fuerzas democráticas de Colombia, nunca apeló a la combinación de las formas de lucha, a diferencia de algunos miembros de la Unión Patriótica que promovían el secuestro, participaban de órdenes de asesinato pero se sentían con derecho a imponerse sobre la democracia. Sus epígonos actuales son permisivos, incluso promotores de la droga y de otras fuentes de financiación del crimen…”.
Es lamentable ver cómo el expresidente reescribe la historia desde su hacienda por cárcel. Colombia necesita saber cómo fue que diezmaron a la Unión Patriótica a partir de 1984, eliminando de uno en uno a sus miembros, hasta casi desaparecer a ese movimiento político. Las palabras de Álvaro Uribe no solo son desconsideradas con las víctimas del exterminio de la UP, sino que constituyen una afrenta a los sobrevivientes y desconocen un fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos CIDH, como lo conté en este artículo.
“…el exterminio y desaparición de la Unión Patriótica jamás debió haber ocurrido; y reconocer que el Estado no tomó medidas suficientes para impedir y prevenir los asesinatos, los atentados y las demás violaciones, a pesar de la evidencia palmaria de que esa persecución estaba en marcha”, dijo el presidente Juan Manuel Santos en un acto público de perdón en 2016, al reconocer la responsabilidad del Estado en la persecución, muerte y desaparición de cientos de sus miembros y simpatizantes. La Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) hizo lo propio en el 2023, al declarar al Estado colombiano responsable de este genocidio contra la Izquierda colombiana.
Ese mismo año escribí la dolorosa historia de Faustino López, padre de mi amiga Gladys y abuelo de mi amiga Martha, un dirigente sindical a quien desaparecieron en 1984.
Decía entonces: “La sentencia de la CIDH exige, entre muchas otras órdenes, que las víctimas sean reparadas e indemnizadas por estos crímenes de lesa humanidad, y se determinen las responsabilidades penales. También pide que se establezca un Día Nacional en Conmemoración de las Víctimas de la UP y que el mensaje se difunda en escuelas y colegios públicos”.
Para qué un minuto de silencio hipócrita, si a Uribe le concedieron varios minutos para destilar veneno sobre una nación cansada de su clase política.
La historia oficial y verídica de Colombia no puede quedar en manos de un personaje que hoy es mencionado en tres expedientes de la Corte Suprema de Justicia “por varias masacres perpetradas por las autodefensas” en los tiempos en que Álvaro Uribe fue Gobernador de Antioquia, como lo recordó el domingo El Espectador en uno de sus reportajes.
Tal vez va siendo hora de que los precandidatos uribistas a la presidencia le pidan a su líder hacerse a un lado por el bien del país y de las propias aspiraciones políticas de aquellos. No se le entregan las banderas del hijo lexa quien todavía tiene cuentas pendientes con la justicia, como lo hizo el papá del senador Miguel Uribe.Para qué un minuto de silencio hipócrita, si a Uribe le concedieron varios minutos para destilar veneno sobre una nación que está cansada y avergonzada de su clase política. Ni siquiera tuvo la delicadeza de esperar a que el cuerpo llegara al Cementerio Central para que pudiera revolcarse tranquilamente en su tumba. ¿Para qué un minuto de silencio y tres días de duelo? Si no es para ser mejores personas, ¿para qué?