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Reforma Laboral, el segundo legado de Petro

Alexander Velásquez

El segundo legado del presidente Gustavo Petro tiene nombre propio: Reforma laboral. El primero fue haber llevado a la izquierda colombiana al poder por primera vez.

“Si una sociedad libre no puede ayudar a sus muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos”: John F. Kennedy, presidente de los Estados Unidos.  

La política bien puede equipararse con un partido de fútbol, un juego de naipes o una partida de ajedrez. El presidente Gustavo Petro movió sus fichas correctamente, sacó el as bajo la manga y le ganó por W al Congreso de la República.

Mediante una jugada maestra (consulta popular), lo obligó a desarchivar la reforma laboral (hundida con el voto de ocho senadores).  Y cuando el Senado negó también la consulta popular, con otra jugada maestra (consulta popular por decreto), el presidente consiguió por fin la aprobación de su resucitada reforma.

Es decir, lo que desde el principio debió discutirse y aprobarse por consenso y de buena gana, terminó aprobado casi que a las malas, dejando claro que el Legislativo pecó de soberbia una vez más y pagó el precio de su incompetencia. Sería interesante adelantar una encuesta que mida si la imagen del Congreso de la República empeoró o quedó igual de maltrecha luego de este episodio.

Días antes a la aprobación y posterior conciliación de la reforma, los medios divulgaron una encuesta de la firma Invamer, según la cual la desaprobación del presidente Petro pasó del 54 al 64%. Habría que pedirle a la misma encuestadora medir su popularidad luego de estampar su rúbrica en la ley.

Esta historia nos remite dos décadas atrás cuando despuntaba el nuevo siglo. Hace veintitrés años, Colombia estaba tan dopada con la elección de Álvaro Uribe Vélez que nadie se percató de la primera de muchas jugaditas que marcarían sus ocho años de gobierno: la Ley 789 de 2002, que precarizó el empleo al despojar a la clase trabajadora de derechos adquiridos.

En beneficio de la clase empresarial, Uribe usó el cuentico de que “a Colombia la está matando la pereza” para desquitarse con los trabajadores cuando apenas llevaba cuatro meses en el poder. Aquel sablazo iba dirigido, creo yo, a un Congreso que trabaja poco y gana mucho, y no a una clase trabajadora que se levanta antes de que aclare el día para sobrevivir de chichiguas y aun así se las quitaron bajo el primer mandato del presidente antioqueño.  

Uribe extendió el horario ordinario de trabajo de 6:00 de la tarde a 10:00 de la noche; es decir, eliminó de un tajo cuatro horas de recargos nocturnos, y no contento con ello, quitó el cien por ciento del pago de los recargos dominicales y festivos, y les arrebató las prestaciones sociales a los aprendices.

Uribe usó el cuentico de que “a Colombia la está matando la pereza” para desquitarse con los trabajadores.

En una página web que ensalza el legado de Uribe, informan que siendo senador “en 2017 logró que se aprobara la modificación a la Ley 789 para que el recargo nocturno se reconociera a partir de las 9:00 de la noche, reforma que ha significado un nuevo, enorme y justo alivio para los trabajadores, sin diluir la competitividad de las empresas”. No, señor ex presidente, la palabra alivio no es ningún calmante cuando se han amputado derechos legítimos.  

Dos décadas y cinco gobiernos después, bajo el mandato de Gustavo Petro esos derechos han sido restituidos a través de 70 artículos y se han incorporado unos nuevos con la nueva reforma laboral. Reforma que nace de la Izquierda y desde sus entrañas, fue defendida por una mujer comunista, Gloria Inés Ramírez, siendo ministra de Trabajo.

Así, por ejemplo: se amplió en dos horas el recargo nocturno, que empezará a las 7:00 p.m. y no a las 9:00 p.m. (antes de la ley Uribe, el recargo nocturno iba desde las 6:00 p.m. a las 6:00 a.m.); en tanto que domingos y festivos se pagarán al doble, no al 75%. Los estudiantes del Sena tendrán un contrato laboral que les garantiza remuneración (un salario del 75% durante la etapa lectiva y del 100% durante la etapa práctica, más afiliación a salud, pensión y riesgos laborales), y los trabajadores de plataforma digitales (repartidores que laboran mediantes aplicaciones de domicilios) contarán con mejores condiciones laborales.

Más jóvenes trabajando significan más compradores para todo aquello que produzcan las compañías.  

Pero también hay que decir que la reforma dejó por fuera a los trabajadores del campo. Recordemos que en su ponencia la senadora Angélica Lozano eliminó el “contrato agropecuario” propuesto por el gobierno para dignificar al trabajador campesino, asunto del cual no se ha hablado pero del que seguro se hablará en su momento cuando su esposa, la candidata Claudia López, hoy en competencia por la Presidencia de la República, vaya a la ruralidad en busca de votos. De esa Colombia profunda hablan los políticos como si les importara, sabiendo que no les importa, salvo para meterla en sus discursos de manera conveniente.

Gustavo Petro le ganó el pulso político al Senado de la República y a su presidente Efraín Cepeda, a un Congreso que se ha mostrado ajeno y displicente con las reformas sociales que necesita el país. La reforma Petro deja sin efectos una ley regresiva que Álvaro Uribe sigue considerando como uno de sus grandes legados. Seamos justos y digamos que sí: fue su legado a los empresarios colombianos que engordaron sus chequeras en detrimento de la calidad de vida de los empleados.

La izquierda les devolvió a los colombianos derechos que la Derecha les quitó. 

El exministro José Manuel Restrepo se inventó el término “necrofilia política” para satanizar la nueva reforma laboral. Dice que es “mala para generar empleo formal, mala para reducir la informalidad, mala para elevar la productividad y pobre para dignificar a la gran mayoría de la fuerza de trabajo que es informal o desempleada”. Lo que no dice es que todos esos males, producto de las injusticias sociales, vienen creciendo desde el siglo anterior al amparo de políticas neoliberales como las que él impulsó siendo ministro de Hacienda de Iván Duque.

Es necesario que el gobierno de Gustavo Petro haga la suficiente pedagogía sobre los alcances de la nueva reforma laboral antes de que los detractores sigan generando pánico y desinformación.

Se ha dado un primer paso para que en Colombia se hable de otros asuntos que ya son preocupación en el mundo, como la redistribución de la riqueza, que no es quitarle a los ricos para darles a los pobres, sino pagar salarios justos, aumentar los impuestos a los que más tienen y abrir el debate sobre la llamada Renta Básica, el ingreso que les garantice alimento a las personas más pobres y vulnerables de la sociedad.En tiempos de desesperanza, se vale soñar despierto. La Historia política y económica de Colombia tendrá que recordar que veintitrés años después un gobierno de izquierda les devolvió a los colombianos derechos que un gobierno de derecha, en cabeza de Álvaro Uribe, les quitó.

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