Por Carlos Eduardo Lagos Campos
En el inmenso tapiz de América Latina, donde los ríos de la historia comercial serpentean entre los Andes, la Amazonía y los llanos, dos colosos ensayan una danza de poder y codicia: China, el dragón de mirada ancestral, y Estados Unidos, el águila de alas desplegadas. Sus pasos resuenan desde las tierras de O’Higgins en Chile hasta los dominios de San Martín en Argentina, desde el reino de Tiradentes en Brasil hasta las huellas de Morazán en Centroamérica y los valles de Santander en Colombia. Pero antes que ellos, mucho antes, los ecos de los incas, guardianes del Tawantinsuyo, y los aztecas, señores de Tenochtitlán, cantaron la grandeza de estas tierras, tejiendo con oro y maíz un legado que aún palpita. En cada compás de esta danza moderna, el destino económico de la región se balancea entre promesas radiantes y sombras esquivas. ¿Quién marca el ritmo? ¿Quién pisa con más fuerza en la tierra de los hijos de Inti, Huitzilopochtli y Nariño?
Hace un cuarto de siglo, el águila reinaba sin rivales. En 2001, su comercio con América Latina era un titán que multiplicaba por 23 los tímidos avances del dragón chino. Estados Unidos vertía en la región maquinaria, combustibles y espejismos de abundancia, mientras importaba café, petróleo y el sudor de las maquilas. Su balanza, a veces favorable, reflejaba hegemonía. México, unido al norte por el lazo del TLCAN —hoy T-MEC—, enviaba autos y aguacates, recibiendo tecnología y capital. Pero el águila, en su arrogancia, no sintió el susurro oriental que pronto se tornaría huracán.
En 2020, el comercio de Estados Unidos con la región —US$174.000 millones, sin contar México— palidecía ante los US$247.000 millones de China. El águila aún sobrevuela Centroamérica, donde resuenan los ideales de Morazán y Sandino, y el Caribe, pero en Sur América —incluida la Colombia de Santander y Mutis— el dragón ha clavado su estandarte.
China, con la paciencia de quien talla un jade eterno, entró al baile con pasos discretos. Primero fueron cargamentos de soja, cobre, hierro y petróleo; luego, un diluvio de celulares, textiles y puentes que cruzan selvas. En 2023, el dragón movió US$480.000 millones en comercio con la región, dejando a América Latina un superávit frágil de US$2.000 millones, como un pacto tácito. Brasil, la tierra de Tiradentes y Vargas, ofrecía granos y carne; Chile, cuna de O’Higgins y Mistral, enviaba cobre; Argentina, legado de San Martín y Belgrano, despachaba soja; Perú, heredero de los incas y Túpac Amaru, sumaba minerales; Colombia, solar de Santander y García Márquez, exportaba petróleo, carbón, café y flores; Ecuador añadía frutas. Todos, socios de un dragón que devolvía manufacturas —electrónicos, maquinaria, ropa— para llenar mercados y sueños. México, sin embargo, tensa la mirada: su balanza con China es un río de números rojos, pues sus fábricas compiten con las del gigante asiático.
Los números recitan un poema. En 2020, el comercio de Estados Unidos con la región —US$174.000 millones, sin contar México— palidecía ante los US$247.000 millones de China. El águila aún sobrevuela Centroamérica, donde resuenan los ideales de Morazán y Sandino, y el Caribe, pero en Sur América —incluida la Colombia de Santander y Mutis— el dragón ha clavado su estandarte. La brecha, antaño un abismo, hoy es un murmullo: de 23 veces a solo 2,23. Mientras Washington, en 2025, lanza aranceles del 145% contra bienes chinos en una guerra comercial que estremece al mundo, Pekín sonríe desde puertos como Chancay, en el Perú de los quipus y los hijos de Manco Cápac, donde sus barcos descargan ambiciones y acero.
A Colombia, su aliado histórico, le compra petróleo, café, flores y esmeraldas, enviando a cambio maquinaria, químicos y bienes de consumo, manteniendo una balanza que oscila en equilibrio. China llega con préstamos, trenes y carreteras, sin sermones sobre libertades, pero con un hambre voraz por recursos.
No es solo comercio; es un ajedrez de destinos. Estados Unidos ofrece tratados, dólares y un pasado de influencia que pesa como grilletes de otros siglos. A Colombia, su aliado histórico, le compra petróleo, café, flores y esmeraldas, enviando a cambio maquinaria, químicos y bienes de consumo, manteniendo una balanza que oscila en equilibrio. China llega con préstamos, trenes y carreteras, sin sermones sobre libertades, pero con un hambre voraz por recursos. A la tierra de Nariño le adquiere petróleo, carbón y algo de café, mientras inunda sus puertos con electrónicos, textiles y vehículos, inclinando la balanza a favor de Bogotá. América Latina, hija de Martí, de Juana Azurduy, de Freire y de tantos que lucharon por su voz, no se queda quieta. Juega con ambos, equilibra su balanza, exporta los frutos de la tierra e importa los anhelos de sus pueblos. Ha aprendido a diversificar, a no rendirse a un solo amo, como los incas que unieron un imperio con caminos de piedra o los aztecas que alzaron pirámides al cielo.
Pero hay un traspié en esta danza. México, puente entre el norte y el sur, vive su encrucijada. Su corazón late con el T-MEC, pero su comercio con China es una herida abierta. Sus manufacturas chocan con las del dragón, y el déficit crece como el Popocatépetl en furia. En el resto de la región, la balanza se mece: superávits con China por las materias primas, equilibrios con Estados Unidos por bienes diversos. Brasil, Argentina, Chile, Colombia y sus vecinos de Sur América inclinan la balanza a su favor con el dragón; Centroamérica, aún leal al águila, negocia su porvenir.
Y no puede pasar desapercibido que los aranceles unilaterales de Donald Trump, impuestos en 2025, violan los tratados de libre comercio que atan a Estados Unidos con el mundo, incluido el T-MEC y otros pactos con la región. Esta ruptura siembra desconfianza en Sur América y más allá, un eco que resuena como advertencia: los acuerdos rotos hoy pueden cerrar puertas mañana.
El futuro es un horizonte sin trazo. ¿Seguirá el dragón tejiendo su red sobre las tierras de Sarmiento, Vargas y Santander? ¿Volverá el águila con un canto que despierte a los hijos de Morazán, O’Higgins o los herederos de Moctezuma? Y no puede pasar desapercibido que los aranceles unilaterales de Donald Trump, impuestos en 2025, violan los tratados de libre comercio que atan a Estados Unidos con el mundo, incluido el T-MEC y otros pactos con la región. Esta ruptura siembra desconfianza en Sur América y más allá, un eco que resuena como advertencia: los acuerdos rotos hoy pueden cerrar puertas mañana. En las dos orillas del Atlántico, América Latina observa, calcula, decide. No es víctima ni sombra, sino un pueblo que aprende los pasos de esta danza. Porque en este continente de venas vivas, donde los incas soñaron con el sol, los aztecas con la serpiente emplumada y los próceres como Martí con la libertad, la riqueza no está solo en la tierra, sino en saber con quién caminar y cómo forjar el mañana.
Octavio Cruz González
abril 21, 2025 at 5:48 pmBuen recuento histórico que dejó por fuera la perversión de los impulsores de falsas democracias y directos responsables de un comercio asesino de propuestas y visiones diferentes