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La crisis de la política colombiana

José Alejandro Díaz Chapetón

En un escenario político que se asemeja a un intrincado juego de ajedrez, cada movimiento es una estrategia calculada, donde las fichas son sacrificadas en la búsqueda de un objetivo mayor: la eliminación del rey, que en este contexto representa el poder establecido. En cada jugada, los políticos intentan poner en jaque a sus oponentes, pero lo que se observa es un juego en el que la jerarquía y el cálculo prevalecen sobre la honestidad. Esta dinámica se vuelve aún más preocupante cuando la sociedad asume un rol pasivo y se limita a observar la proliferación de mentiras, en un sistema donde pocos parecen escapar a la corrupción.

La percepción de los hechos políticos no logra convencer al ciudadano colombiano. La falta de madurez política en buena parte de la población se convierte en un obstáculo para el progreso. La izquierda, que en teoría debería ser el bastión del cambio y la justicia social, se muestra cada vez más debilitada, perdiendo credibilidad ante un electorado que exige respuestas concretas. Por su parte, la derecha parece atrapada en un ciclo interminable de confrontación, donde la polarización sustituye al diálogo y bloquea la búsqueda de soluciones efectivas.

En este contexto, la verdad se vuelve un concepto esquivo, especialmente cuando está en juego la seguridad de los colombianos. La incertidumbre reina, pues no hay claridad sobre quién trabaja realmente por el bienestar del país. Las promesas de cambio y mejora se reducen a ecos vacíos, discursos repetidos hasta el hastío, sin un compromiso real que los respalde. Las palabras se quedan en la superficie, y los ciudadanos se sienten cada vez más desilusionados ante la ausencia de acciones concretas.

Es fundamental reconocer que un periodo presidencial no puede transformar, de la noche a la mañana, la compleja realidad de un país como Colombia. Mientras algunos líderes promueven el progresismo, sus propuestas suelen carecer de sustancia y rigor, lo que genera escepticismo. Otros, aferrados a argumentos rígidos y tradicionales, olvidan que los derechos humanos y la dignidad individual son pilares esenciales en la construcción de una sociedad más justa.

Con las elecciones a la vuelta de la esquina, la falta de convicción política resulta alarmante. Muchos candidatos parecen más interesados en simular ser políticos que en presentar propuestas que respondan a las necesidades reales de la población. Algunos ajustan su discurso según las modas ideológicas del momento, pero esa falta de autenticidad solo alimenta la desconfianza. La claridad de propósitos escasea, y la esperanza de que un presidente genuinamente comprometido con el cambio social llegue al poder se diluye cada día más.

Ante este panorama, es imperativo que los ciudadanos asuman un papel activo en el proceso político, exigiendo transparencia y responsabilidad a sus líderes. Solo así será posible construir un país donde la verdad y la justicia prevalezcan, y donde cada colombiano pueda volver a confiar en el porvenir. La participación ciudadana, la educación política y el compromiso colectivo son claves para romper el ciclo de la desilusión y consolidar una democracia más sólida y efectiva.

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