Alexander Velásquez
Las acusaciones de la viuda de Miguel Uribe contra la senadora María Fernanda Cabal ponen en evidencia lo mezquina que puede ser nuestra clase política, pero también lo útil que pueden ser el duelo y un muerto en tiempos electorales. Se hace política con el dolor propio y ajeno.
“Si tuviera que elegir entre el duelo y la nada, elegiría el duelo”: William Faulkner, escritor estadounidense.
Dichosos los solteros y los solterones porque de ellos y ellas no será el reino de la viudez.
Ya no hay tiempo ni para llorar a los muertos. O mejor, la costumbre de llorarlos está pasando de moda. La frase aquella de que no basta ser, sino parecer, al parecer ha perdido su sentido. —Es que la procesión va por dentro, mijo.
El duelo ya no es como antes. Antes, la gente se encerraba, de manera literal, en su dolor, vestida de negro de los pies a la coronilla, en un silencio sepulcral y un dolor casi eterno, insondable e inconsolable. El duelo significaba enclaustramiento, lágrimas lacerantes saliendo de un río profundo estancando en el alma, lo que sea que eso signifique. Había recato, había dignidad y todo junto creaba un aura de solemnidad, de respeto por aquel que era y ya no es.
Pienso, por ejemplo, en La viuda de Montiel, la mujer de ese relato fascinante del universo garciamarquiano, donde la política engendra viudas tanto como alcaldes.
“Aquella noche, a los 62 años, mientras lloraba contra la almohada en que recostó la cabeza el hombre que la había hecho feliz, la viuda de Montiel conoció por primera vez el sabor de un resentimiento. ´Me encerraré para siempre —pensaba—. Para mí, es como si me hubieran metido en el mismo cajón de José Montiel. No quiero saber nada más de este mundo´. Era sincera”.
Se guardaba un luto genuino por los recién idos, como queriendo proteger el rostro dolorido de las miradas impertinentes. No había fuerzas para hablar, mucho menos para ir de un lado a otro. En el luto, entendido como aislamiento social, el deudo, casi muriéndose arropado por su pena, se ponía a salvo de las habladurías, del que dirán de aquellos y aquellos que nunca pueden tener las bocas cerradas. Esa es una buena razón para abstenerse de ir a velorios.
Hay dos refranes españoles para lo que quiero decir: “Viuda honrada, su puerta cerrada” y “Viuda honrada, en su casa retirada”.
Hoy no sabemos qué significan exactamente el luto y la viudez. Porque las redes sociales lo han resignificado todo, y no para bien, incluido el dolor. Porque el dolor se volvió público y lo público político desde que todo es posteable.
Exhibimos a los muertos desde el día cero de la muerte y en cada aniversario, por lo cual el concepto de último adiós ha desaparecido del lenguaje. El último adiós es un adiós permanente, incluso utilitario, dependiendo del abolengo del finado.
“Yo he visto a viudos y viudas desconsolados que durante mucho tiempo han creído que jamás levantarían cabeza nuevo”: Javier Marías, escritor español.
Apenas ayer, los medios confirmaban que María Claudia Tarazona, la viuda de Miguel Uribe Turbay, había abandonado el país y se marginaba de los asuntos políticos, pero desde el lunes de esta semana hay revuelo en Colombia tras una explosiva entrevista, el domingo por la noche, a través de Noticias RCN, lo que parecería más un ajuste de cuentas entre señoras por una escena descomedida en medio del sepelio.
Es decir, la mujer que se marginaba de los asuntos políticos, regresó demasiado pronto para alborotar el avispero nacional. Y uno creyendo que en los funerales es como en Las Vegas: que lo que allá pasa, allá se queda. Pues no. Hoy nos sirvieron con el desayuno todo un peliculón lleno de intrigas, de frases hirientes y de presuntas acusaciones contra la senadora María Fernanda Cabal. La vida es bella, la política puede ser vil, en vez de servir. Ahora podemos decir que cada quien habla según le va, no en la fiesta, sino en el velorio.
Yo siempre he creído que hay cierto grado de mezquindad en la forma como entienden y ejercen la política ciertos personajes del Centro Democrático, pero de ahí a que una congresista uribista utilice un funeral para amedrentar a una viuda, no sé qué tan verosímil sea. No estoy del lado ni de la una, ni de la otra. Tal vez pueda decir lo mismo que dijo García Márquez en Crónica de una muerte anunciada: —Hay que estar siempre del lado del muerto. Única y exclusivamente, recalcaría sin más.
Me parece, eso sí, una trama digna para una novela de Corín Tellado. Hasta Gabo se habría deleitado contando su versión actualizada, incluso edulcorada, de Los funerales de la Mamá Grande.
Dice María Claudia Tarazona que la congresista le dijo: “Tú no conoces Colombia, tú no sabes cómo es este país, tú no sabes lo que aquí está pasando”. Siendo justos, ningún político conoce bien este país. Si lo conocieran y les doliera siquiera un poquito estarían comportándose como gente adulta, no distrayendo al país con un escándalo día de por medio. ¿Es que ya nadie lava la ropa sucia en casa? Lo que uno siente tiene nombre: vergüenza ajena. Pero eso y la moral, presumo, están mandadas a recoger.
“Su único contacto con el mundo, a partir de entonces, fueron las cartas que escribía a sus hijas a fines de cada mes. “Éste es un pueblo maldito —les decía—. Quédense allá para siempre y no se preocupen por mí. Yo soy feliz sabiendo que ustedes son felices”. Sus hijas se turnaban para contestarle. (…) “Esto es la civilización —decían—. Allá, en cambio, no es un buen medio para nosotras. Es imposible vivir en un país tan salvaje donde asesinan a la gente por cuestiones políticas”: Del cuento La viuda de Montiel, de Gabriel García Márquez.
Es el correveidile de época de campaña, así haya quienes quieran creer ingenuamente que no hay una pizca de tinte proselitista en este episodio. Si quiere dar un golpe de opinión con el fin de causar un efecto político, diga cosas medio escabrosas un domingo por la noche en horario prime, para que ese sea el tema de conversación durante toda la semana.
Y heme aquí. Henos aquí.
Se hace política con el dolor ajeno pero también con el dolor propio. Sobre la viuda de Charlie Kirk, el líder republicano asesinado hace poco durante un mitin en Estados Unidos, el diario The New York Times dijo algo que para el caso viene como anillo al dedo: “Erika Kirk mezcla lo personal y lo político en su duelo público”.
Ayer la veíamos casi a diario dando los partes médicos afuera de la Clínica Santa Fe, hoy la tenemos en gira de medios hablando de su tragedia familiar. Esta mañana se encontraba en los estudios de Caracol Radio. “No estoy pensando, por ahora, en hacer política”, dijo. (Nótense mis negrillas). Ayer la prensa recogía algunas frases suyas, algo contradictorias, quizás ambiguas: “Mi vida ha sido la política. Yo no me voy a ir del país (…) Yo no voy a hacer política. Yo tengo que hacer mi duelo”.
Pero, ¿a partir de cuándo, sumercé? Yo pensaba que los duelos eran instantáneos como el café, no programables como las vacaciones. En fin, el mundo ha cambiado y es posible que hasta los duelos se deban concertar con agenda en mano.
Soy solidario -y humano, claro- con las pérdidas ajenas. No obstante, queda flotando en el ambiente la idea de que detrás de la reaparición de María Claudia Tarazona hay toda una estrategia, no un hecho fortuito, no sé si a favor de la pre-candidatura presidencial de su suegro Miguel Uribe Londoño o de una posible candidatura propia al Senado. Y ojo, porque no quiero decir con esto que no sea lícito que la señora quiera ocupar el puesto vacío que dejó su joven marido.
Al final del día, a lo mejor si es cierto eso de que la procesión va por dentro… ¡tan adentro que ni parece!