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El periodismo que el mundo necesita

Víctor M Alarcón Zambrano

Hace unos días, el periodista Terry Moran fue despedido de la cadena de televisión ABC por hacer una fuerte crítica en sus redes sociales personales contra el presidente Donald Trump y su asesor en la Casa Blanca, Stephen Miller, sin importar sus 28 años de trabajo en esa misma empresa.

Como consecuencia lógica, Moran habla ahora de su exempleador: “Confieso que la cadena fue parcial a favor del actual presidente porque, en el interior, todos éramos liberales y, como tal, tal vez sin proponérnoslo, no encontrábamos puntos diversos o favorables a otra candidatura, privando a la opinión de una información imparcial.”

Esta situación particular me ha puesto a pensar sobre la libertad de expresión individual y periodística. Si esto ocurre en el país que se jacta de ser el más libre del mundo, ¿qué puede esperarse del resto? Y, además, ¿hasta dónde puede llegar legalmente esa libre expresión?

El periodismo libre e independiente es, sin duda alguna, el pilar fundamental para salvaguardar la democracia, siempre y cuando se garantice una información veraz, diversa, limpia e imparcial; y, en asuntos de gobierno, compartiendo con el ciudadano la eficacia o la ineficacia del ejercicio del poder, y el balance del manejo de los recursos públicos sin censura, interferencia o patrocinio a favor del gobernante de turno.

Es aberrante, pero penosamente entendible, que muchos medios de comunicación en nuestro país basen su economía y sostenimiento en la publicidad oficial. Ahí queda coartada la llamada “libertad de prensa”. La información de ese medio no puede ser veraz porque siempre estará atada a favor de quien le tiende la mano. Allí, esa información no fortalece la democracia; por el contrario, la disfraza y degrada según la voluntad, censura y restricción de quien paga por la opinión a su favor.

Si hablamos de corrupción en nuestro país, pues hay que llamar las cosas por su nombre: ese medio vendido al gobernante de turno es corrupto. Lo mismo ocurre con la publicidad sobre intereses comerciales.

En mi ya muy larga carrera en el periodismo, tengo que confesar que solo un director de noticias me solicitó buscar y transmitir notas negativas sobre un candidato presidencial. No lo recriminé, pero nunca me presté para ello. Hoy, con tristeza, somos testigos de la parcialización de los medios más importantes de nuestro país. La información que se brinda no es imparcial y solo produce el efecto de profundizar la división y la lucha interna. Jamás habrá paz total sin una prensa justa e imparcial.

Una cosa es la investigación periodística en busca de abusos, corrupción y violaciones a los derechos humanos; y otra muy distinta, sesgar la información para esconder hechos o favorecer o resaltar a quien no lo merece. El periodismo libre e independiente ayuda, no destruye.

Y aquí me viene otro aspecto: ¿hasta dónde es periodismo legal hacer públicos actos, hechos o conversaciones que hacen parte de la intimidad de las personas? Si algún derecho aún existe, es el derecho a la intimidad. Este derecho, como el derecho a la vida, no es negociable, y aunque no se respete, está amparado en la Constitución y en la simple ley de la vida.

El periodista veraz, libre, ético y fiel a su juramento no busca “chivas” ni “noticias espectaculares” para injuriar, calumniar, enviar a la cárcel o desprestigiar. Se entiende que la “chiva noticiosa” vende, aumenta el rating y el comercio de su medio, pero eso solo se justifica por la veracidad de su información.

Necesitamos un periodismo que promueva el sano debate público, con discusión sobre temas importantes y con conclusiones a favor de la comunidad. Un periodismo libre, independiente, veraz, imparcial, protector de los derechos humanos, sin presiones gubernamentales ni económicas, sin difusión de noticias falsas, sin ataques y en apego a la verdad.

¿Será que estoy soñando?

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