Por Carlos Eduardo Lagos Campos
En la penumbra de la noche, bajo el peso de un cielo que calla, se tejió el juicio de Jesús, un hombre cuya voz resonó como un río entre las piedras del poder. Basado en los Evangelios (Mateo 26-27, Marcos 14-15, Lucas 22-23, Juan 18-19) y las normas de la época —leyes mosaicas, Mishná y derecho romano—, este proceso no solo violó principios jurídicos, sino que desgarró la dignidad humana, ese núcleo sagrado que aún hoy late en los estrados judiciales de Colombia y el mundo. Con la ternura de un verso, recorreremos el juicio ante el Sanedrín, Poncio Pilatos y Herodes Antipas, para hallar en sus sombras los ecos de nuestra propia historia.
El Sanedrín: La Noche que Devoró la Justicia
…la dignidad de Jesús, su valor como hombre, es pisoteada. No es solo un juicio; es un ritual de poder, donde la justicia se doblega ante el miedo y la envidia.
Bajo la penumbra, el Sanedrín se reúne, clandestino, como si la luz del día pudiera delatar su premura (Marcos 14:53). La Mishná (Sanedrín 4:1) exige que los juicios capitales se realicen a la luz del sol, pero la noche abraza el proceso, invalidándolo. Los testigos, torpes en su afán, tropiezan con palabras contradictorias (Marcos 14:56-59), violando el Deuteronomio 19:15, que reclama voces coherentes. Caifás, con la astucia de un cazador, fuerza a Jesús a hablar: “¿Eres tú el Mesías?” (Mateo 26:63-64). Su respuesta, un relámpago de verdad, es torcida como prueba de blasfemia, contra la Mishná (Sanedrín 6:2), que prohíbe condenas por autoincriminación. No hay defensa, no hay deliberación (Marcos 14:64), solo el eco de golpes y burlas (Marcos 14:65), un ultraje a la prohibición de tratos crueles. En una sola noche, el Sanedrín desoye la Mishná (Sanedrín 5:5), que pide dos días de reflexión, y condena al alba (Lucas 22:66-71).
Aquí, la dignidad de Jesús, su valor como hombre, es pisoteada. No es solo un juicio; es un ritual de poder, donde la justicia se doblega ante el miedo y la envidia. La noche no solo oculta el proceso, sino el alma de quienes lo perpetran.
Poncio Pilatos: El Vacío del Poder
El alba lleva a Jesús ante Pilatos, el gobernador romano, pues el Sanedrín no puede ejecutar una pena capital (Juan 18:31). Las acusaciones cambian: de blasfemia a sedición, sin testigos ni pruebas (Lucas 23:2), ignorando la exigencia de evidencia. Pilatos, con la mirada cansada de un hombre atrapado, no halla delito (Lucas 23:4), pero el proceso sigue, como un río que no puede detenerse, a pesar de las epístolas rogatorias de su esposa Claudia Procula, Interroga a Jesús, quien responde con la serenidad de un mártir: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36). Sin embargo, no hay defensa formal, solo el murmullo de la multitud (Mateo 27:22-23).
Pilatos, en un gesto de cobardía, accede a la sugerencia del sanedrín de acudir a la amnistía pascual, lo cual no era extraña para los romanos; pues ellos recurrían a la Provocatio Ad Populum, una consulta popular romana; entonces teñida por la tradición judía (Juan 18:39). Ofrece liberar a Jesús o a Barrabás, un rebelde (Mateo 27:17). La turba, azuzada por intereses ocultos, elige liberar a Barrabás (Marcos 15:15). Antes de la cruz, Jesús es flagelado, humillado con una corona de espinas (Juan 19:1-3), un castigo que desgarra la carne y la dignidad, violando toda noción de humanidad.
Pilato duda, recibe la epístola de su esposa Claudia procula quien aboga por Jesús, sus manos, lava la culpa, pero no la historia, entonces busca una salida enviándolo ante uno de los tetrarcas de Israel.
Herodes Antipas: El Juego de la Indiferencia
En un interludio cruel, Pilato envía a Jesús ante Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, en un conflicto de competencias (Lucas 23:6-7). Herodes, con la curiosidad de un niño y la malicia de un tirano, interroga y se burla (Lucas 23:11). No decide, solo juega, devolviendo a Jesús como un eco vacío. Su risa es un espejo: el poder que se regodea en la impotencia del otro, sin tocar la justicia.
Cada etapa del juicio —el Sanedrín, Pilato, Herodes— es un golpe contra la dignidad. La judicial, al negar un proceso justo; la intrínseca, al tratar a Jesús como menos que hombre. La provocatio ad populum no es justicia, sino un grito que silencia la verdad
La Dignidad Crucificada
Cada etapa del juicio —el Sanedrín, Pilato, Herodes— es un golpe contra la dignidad. La judicial, al negar un proceso justo; la intrínseca, al tratar a Jesús como menos que hombre. La provocatio ad populum no es justicia, sino un grito que silencia la verdad. Los intereses religiosos del Sanedrín, el temor político de Pilato, la indiferencia de Herodes, todos conspiran contra un hombre cuya única culpa fue ser luz en la oscuridad.
Ecos en los Estrados de Hoy
Han pasado siglos, pero los tribunales de Colombia y el mundo aún resuenan con estos ecos. Intereses económicos, políticos y sociales tuercen balanzas: jueces que ceden ante presiones, procesos apresurados en la sombra, testigos comprados, dignidades pisoteadas. En las cárceles abarrotadas, en las sentencias dictadas por el clamor popular, en los inocentes condenados por el peso de la conveniencia, el juicio de Jesús se repite. La justicia, como entonces, es frágil ante el poder.
Y sin embargo, en la cruz, Jesús dejó una verdad: la dignidad humana, aun ultrajada, no muere. Es un fuego que arde en cada lucha por la justicia, en cada voz que clama por un juicio limpio. Que este relato, entre la poesía y el derecho, nos recuerde que la dignidad no es solo un principio: es el latido de lo humano, y su defensa, nuestra redención.