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Colombia debe verse en su literatura

Alexander Velásquez

Dos autores imprescindibles en la literatura colombiana nos contaron la Colombia de los años 80 y 90 con maestría. Capítulos de horror y dolor de nuestra historia: el uso de niños como sicarios y los secuestros abominables de Pablo Escobar.

“El informe de la necropsia señaló: ´La esperanza de vida de Diana se calculaba en quince años más´”: Noticia de un secuestro.  

“Por la gracia de San Judas Tadeo, que estas balas den en el blanco y sin fallar, y que el difunto no sufra”: La virgen de los sicarios

La buena literatura es imperecedera. En Colombia no muchos escritores han entendido eso. Gabriel García Márquez y Fernando Vallejo, plumas brillantes, en mi juicio de modesto lector, y testigos extraordinarios de su época, fueron capaces de contarnos a través de su prosa lo que sus ojos vieron, el mundo de ayer como lo llamó Stefan Zweig. La memoria que se repliega en las páginas de un libro negándose a morir.

En mi biblioteca encontré dos libros que narran la Colombia agría de los años 80s y 90s, una que vimos en directo por televisión. Dos obras que cobran vigencia y nos ayudan a entender la sinrazón de una nación fracturada en lo político y en lo social, y cómo esas dos realidades terminan juntándose trágicamente.

El primero, el maestro Gabo, lo hizo a través de un extenso reportaje con destellos literarios, Noticia de un secuestro, y el otro, Vallejo, con una novela corta, La virgen de los sicarios, ambas obras llevadas además al cine y la televisión. La actriz Majida Issa fue premiada por su papel de Diana Turbay.

García Márquez relata el antes y el después del secuestro, en 1990, de varios personajes importantes por parte de Los Extraditables, al mando del narco Pablo Escobar, entre ellos la periodista Diana Turbay (madre del precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay) y de cinco miembros de su equipo periodístico, pues el momento del rapto se desempeñaba como directora del tele noticiero Criptón y de la revista Hoy x Hoy. Era hija de Julio Cesar Turbay Ayala, ex presidente de la República.  

“El primer secuestro de aquella racha sin precedentes –el 30 de agosto pasado y apenas tres semanas después de la toma de posesión del presidente César Gaviria- había sido el de Diana Turbay”, dice Gabo.

Cuenta que la periodista entró en depresión por haber llevado a sus pupilos “a la trampa sin salida”, que sus captores nunca estuvieron enmascarados, “usaban sobrenombres de tiras cómicas”, “el menor de ellos podía tener quince años”, “jugaban a las barajas, al dominó, al ajedrez”, “y muchas veces ayudaron a hacer las listas de mercado”. En cautiverio escucharon música de Rocío Dúrcal y Juan Manuel Serrat.

“También cayó entonces en la cuenta de que había olvidado cerrar la caja fuerte por las prisas con que salió la última vez rumbo al viaje de la desgracia”: “Noticia de un secuestro” sobre Diana Turbay

Diana Turbay, que poseía “la facultad divina de percibir hasta las terceras intenciones de la gente”, anhelaba trabajar por la paz. “Ya no estoy en trance de pelear con nadie ni tengo el ánimo de armarle broncas a nadie —dijo entonces—. Ahora soy totalmente conciliadora”.

Vio por televisión a su familia la noche de Navidad. “Le encantó la madurez de María Carolina, le preocupó el retraimiento de Miguelito, y recordó con alarma que aún no estaba bautizado”.

De acuerdo con el relato, una vidente anticipó su destino trágico. La periodista murió desangrada en un quirófano, en Medellín, como resultado del fuego cruzado entre el ejército y los secuestradores. Era el 25 de enero de 1991. Hasta hoy siguen siendo confusos los hechos que rodearon su trágica muerte.

De acuerdo con el autor, “tenía la columna vertebral fracturada al nivel de la cintura por una bala explosiva de alta velocidad y mediano calibre que estalló en esquirlas dentro de su cuerpo y le produjo una parálisis general de la que no se habría repuesto jamás”.

Ya separada del expresidente Turbay, doña Nydia Quintero, madre de Diana, gestora de la Caminata de Solidaridad, en varias oportunidades se enfrentó a César Gaviria por el manejo que le dio a la situación.  “Le reclamó al presidente su indiferencia y su frialdad por no cumplir con la obligación constitucional de salvar la vida de los secuestrados”, cuenta Gabriel García Márquez en Noticia de un secuestro.

—Mataron a Diana, señor presidente —le dijo. Y eso es obra suya, es su culpa, es la consecuencia de su alma de piedra.

El presidente se alegró de poder contradecirla con una buena noticia.

—No señora, dijo con su voz más calmada—. Parece ser que hubo un operativo y todavía no se tiene nada claro. Pero Diana está viva.

—No, replicó Nidia—. La mataron.

(…)

—¿Y por qué lo sabe?

—Porque me lo dice mi corazón de madre”.

Gaviria reunió a cuatro de sus colaboradores, Fabio Villegas, Miguel Silva, Rafael Pardo y Mauricio Vargas para “elaborar un rechazo enérgico a la declaración de Nydia” pero después de mucho pensarlo concluyeron “que el dolor de una madre no se controvierte”.

En La virgen de los sicarios, los protagonistas son Fernando, un escritor homosexual, y Alexis, un chico de 16 años que trabaja como asesino a sueldo en la Medellín de los años 80. Un Ángel Exterminador que va por la vida dejando regueros de sangre. Cuando matan a Alexis, el escritor busca a su asesino pero encuentra a Wilmar, tan parecido a aquel, en “barrios y barrios de casuchas amontonadas unas sobre otras en las laderas de las montañas”, y con la virtud “de desencadenarme todos mis demonios interiores”. En el fondo vacío de sus ojos verdes vio reflejada “la inmensa, la inconmensurable, la sobrecogedora maldad de Dios”.

“—Los muchachos no son de nadie —dice él—, son de quien los necesita”, escribe Vallejo en La virgen de los sicarios.

La obra del escritor antioqueño, de una profunda sensibilidad social, recrea la Medellín de la narcoviolencia, de la época en que “un revólver es para lo que se pueda ofrecer”, porque “aquí te disparan desde donde menos lo piensas. ¡Hasta desde un carro de funeraria!”.

“—Yo a este mamarracho lo quisiera matar.

—Yo te lo mato —me dijo Alexis con esa complacencia suya atenta siempre a mis más mínimos caprichos”.

El autor usa su pluma para cuestionar a la prensa: “En la agonía de esta sociedad los periodistas son los heraldos del enterrador. Ellos y las funerarias son los únicos que se lucran”.

Sobre la industria del crimen y cómo ésta se aprovechó de los niños en condición de miseria para convertirlos en sicarios, el periodista Gonzalo Guillén, hace un relato crudo en este artículo:

“En las comunas populosas de la miseria en Medellín, agentes de Escobar buscaban adolescentes de familias paupérrimas, por lo general a cargo solo de las madres, y les ofrecían la oportunidad de llevarles a ellas una estufa o un televisor nuevos a cambio de “acostar” a alguien. Primero, les enseñaban a utilizar una pistola que le regalaban y luego a cada chico lo encerraban en una habitación durante varios días, en los que debían mirar fijamente el rostro del que iban a asesinar y de él no conocían más que el nombre de pila, de manera que el día de la verdad debían seguirlo, pronunciar con un grito el nombre, la víctima volvería la cabeza de manera instintiva para ver quién lo mencionaba, el asesino constataría que era exactamente el de la foto y entonces, sí, le descerrajaría la carga de la pistola y se escabulliría, generalmente en la moto potente de un acompañante que lo esperaba, para ir recibir el pago”.“Noticia de un secuestro” y “La virgen de los sicarios” nos hablan de dos Colombias unidas por un sino trágico: la Colombia que no pasa necesidades y la Colombia, sin esperanzas, donde los que no tienen nada, se alquilan para matar para no pasar necesidades. Cuando seamos capaces de conciliar esas dos naciones, quizás entonces se escriban otros libros.

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