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Caso Miguel Uribe: el espectáculo de las noticias 

Alexander Velásquez

Periodismo irrelevante. Degradación de las “fuentes anónimas”. Ansiedad informativa. La deformación de la noticia como género periodístico

Noticia es cuando el hombre muerde al perro, no cuando el perro muerde al hombre. Eso lo enseñaban desde el primer semestre. El problema con el periodismo de ahora es que todo es noticia, hasta San Chárbel, el santo al que se encomendó el neurocirujano antes de operar al paciente.

Tras el ataque del sábado anterior, los medios han convertido el drama personal y familiar del congresista Miguel Uribe Turbay en un reality show donde minuto a minuto le están contando al país cómo evoluciona su salud y quién entra o quien sale de la Fundación Santa Fe, al norte de Bogotá.

Algunos periodistas permanecen apostados en el lugar desde el primer día, y me comí las uñas imaginando lo impensable: una trasmisión en directo a la entrada del quirófano, con todo y sets de noticias (sed de noticias), al mejor estilo del periodismo de inmersión. Menos mal no ha ocurrido… todavía.

Recordé cómo durante la toma de la embajada dominicana en Bogotá por parte del M-19, en 1985 los reporteros armaron su propio cambuche en espera de noticias sobre los secuestrados y los secuestradores. En aquel caso se justificó porque se trató de una noticia en desarrollo, cuyo desenlace comprometía seriamente al país, pues estaban en juego la vida de importantes diplomáticos extranjeros.

En el lugar, sobre la Carrera 30, frente la Universidad Nacional, los periodistas improvisaron un campamento al que bautizaron “Villa Chiva” y allí permanecieron durante dos meses. El 25 de abril de 1985, todos los rehenes fueron llevados a Cuba y liberados allí.   

Al momento de escribir estas líneas, los galenos reportan indicios de mejoría neurológica aunque su estado sigue siendo crítico. ¿Lo propio en estos casos no es respetar la privacidad de la familia, de la esposa e hijos?  Tengamos la seguridad de que en el momento preciso, ellos mismos y el cuerpo médico le informarán al país cuando el paciente supere la difícil prueba y sea dado de alta, que es lo deseable. Porque el periodismo, como ansiolítico de la neurosis colectiva, empeora el cuadro.

Los políticos convirtieron la clínica Santa Fe en sede de campaña con la complacencia de los propios medios de comunicación. ¿Las muestras de cariño no son acaso un asunto privado que compete al entorno más íntimo de la víctima? ¿Es necesario hacer noticia de cada personaje que llega a “hacer votos” por la salud del pre-candidato? ¿Cuántos más están en lista de espera para mojar pantalla, como si se tratara de un reality show, el hospital convertido en la Casa Estudio? Todo este despliegue mediático me sorprende por lo excesivo, tal vez porque no recuerdo un personaje que fuera objeto de cubrimiento permanente.

Se descuenta que la campaña y su oficina de comunicaciones deben contar con una página y unas redes sociales donde los interesados puedan obtener información de primera mano sobre cómo evoluciona la salud del congresista del Centro Democrático.  

Mientras tanto, la prensa podría apelar a la introspección (léase autocrítica), pues varios medios han difundido “noticias” imprecisas, llevados por la ansiedad del momento y la necesidad de likes. Del mismo modo que se le ha exigido mesura y discreción al presidente de la República, a políticos y a precandidatos, a los medios se les pide prudencia y comprobación de la información antes de divulgarla.  

El periodismo, como ansiolítico de la neurosis colectiva, empeora el cuadro.

La prensa ya entendió, aunque tarde, que los rostros de los menores deben protegerse, incluso si se trata de alguien que infringió la ley. Sobre dicha cuestión, el editorial del portal 070 previene sobre la violencia política azuzada por una prensa descuidada en su trabajo.

“Simultáneamente algunos periodistas, con enormes plataformas de seguidores, decidieron compartir información privada del menor de edad que le disparó a Uribe: su situación familiar, el barrio donde vive y con quién, la persona que lo acompañaba en la clínica, entre otras. Algunos se lavan las manos poniendo ‘solo público lo que no viola la reserva legal para menores’, como curándose en salud, como si la única línea ética que los rigiera fuera evitar hacer lo que es ilegal, y todo lo demás valiera”.

El diario El Tiempo publicó la foto de una casa con el siguiente titular: “Hallan fotos de sicario de atentado a Miguel Uribe en casa de su padre, un militar retirado”. ¿Son consciente los periodistas de la exposición irresponsable de un inmueble y sus alrededores donde viven otras familias ajenas a los acontecimientos”? ¿A qué hora llegamos al punto del todo sirve en periodismo?

Un manual básico sobre el cubrimiento de campañas políticas de (comportamiento de los reporteros y manejo de la información), les permitirían a los periodistas reaccionar de forma asertiva ante hechos lamentables como el ataque del sábado o ante hechos fatídicos, como los ocurridos en el pasado.

El caso emblemático fue el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y la famosa frase que inmortalizó Herbert Braun en su libro: “¡Mataron a Gaitán!… “¡Mataron a Gaitán!”, y lo siguiente fue el estallido de El Bogotazo, que casi ocho décadas después seguimos lamentando, por la horrible noche que no cesa en el país: la capital quedó expuesta al fuego, la confrontación política y el saqueo.

“El orden social se estaba desmoronando en torno a los muros de la Clínica Central”, escribe el historiador.  Según Braun, “Bogotá se parecía a una de las ciudades europeas bombardeadas durante la Segunda Guerra Mundial” (página 333).

Muchos edificios fueron víctimas de una muchedumbre “nueveabrileña” energúmena y enardecida. La polarización estaba a flor de piel. “Entre el pueblo había muchos que lo querían ver muerto. Ese negro malparido hijueputa se la buscó”, me dijo alguno”, dice Braun en la página 14.

Cuatro años después, el 6 de septiembre de 1952, los edificios de El Espectador y El Tiempo, en el centro de Bogotá, ardieron en llamas como consecuencia de la violencia bipartidista y una turba conservadora que la emprendió contra los liberales. El domingo, una periodista del canal público RTVC fue increpada por manifestantes que hacían vigilia en las afueras de la clínica.

La periodista Maryluz Vallejo, escritora, catedrática y especialista en Historia del periodismo, nos recordó cómo los periódicos contribuyeron a polarizar la sociedad durante el periodo de la violencia bipartidista. Sus palabras aparecen en el portal La Rueda Suelta.

“Tuvieron una enorme responsabilidad en la propagación de la violencia por agudizar los odios partidistas. La prensa conservadora agitaba los ánimos desde sus columnas, algunas firmadas por clérigos como monseñor Miguel Ángel Builes, quien afirmaba que matar liberales no era pecado. Las cabeceras eran trincheras ideológicas. Para entender esa época, es necesario contrastar versiones y desmentir falsedades. Entre los medios, El Siglo, fundado por Laureano Gómez en 1936 para enfrentar a la Revolución en Marcha de López Pumarejo, fue quizás el más incendiario y sectario”.

La polarización existe desde siempre pero las redes sociales la han multiplicado, aunque también les debemos la democratización de la información, lo que no existía antes, pues la información corría en una sola vía. La ecuación cambió. Tenemos dos poderes en pugna, Ejecutivo y Legislativo, gobierno versus congresistas, con voceros de uno y otro lado disparando odios en trinos, y una prensa que sirve de megáfono. Las redes sociales, mientras tanto, observan y hacen su parte. Pocos se han atrevido a escudriñar su alma, su verdadero poder oculto, pues son la nueva ciudadanía, moviéndose a sus anchas en el reino del retuit, del repost y de WhatsApp; es decir, la prensa sirviendo -de nuevo- como idiota útil, esta vez de las audiencias, un fenómeno sociológico que resiste muchos análisis.  

El problema, en consecuencia, es que el periodismo no ha encontrado su lugar en este “nuevo orden mundial” dominado por la virtualidad y la instantaneidad. Hoy tenemos un periodismo que se alimenta y reproduce la especulación de terceros y un periodismo “copy paste” que se (mal) nutre de las declaraciones de los personajes públicos en sus redes sociales, sin antes masticar. Ese periodismo de escritorio que privilegia el ejercicio sedentario del oficio, aleja a los periodistas de la realidad y no les ofrece ningún valor agregado a sus audiencias, que la mayor de las veces ya han leído las reacciones de los políticos, sean cercanos o lejanos a sus afectos. 

El maestro Javier Darío Restrepo decía: “Cuando a un periodista se le acaban las preguntas, ha entrado en estado de decadencia profesional”.

Las acusaciones de cualquier personaje, sin respaldo documental, se vuelven noticia. No hay tiempo para verificar la información, pero sí afán por publicarla, sin reparar en los daños a la sociedad y a la propia reputación del medio.

Algunos personajes, con ansías de figuración, se escudan en supuestas “fuentes anónimas” o “de entera credibilidad”, para lanzar bombas mediáticas.  

Sin ponerse colorada, la precandidata Vicky Dávila le dijo lo siguiente a Caracol Radio: “No tengo manera de comprobar la información que me dieron, pero mi obligación con el país es darla a conocer”. Una declaración digna para el muro de las vergüenzas ajenas, después de señalar al presidente Gustavo Petro como “responsable político” del atentado, también sin pruebas.  Lo propio hizo Daniel Quintero. Los pódcast Presunto y A fondo se refirieron al tema.

Creo yo que en Colombia hemos prostituido la figura de la fuente anónima, la cual adquirió enorme prestigioso en Estados Unidos tras el escándalo Watergate que le costó la presidencia a Richard Nixon por un caso de espionaje político, que los periódicos documentaron suficientemente, con una fuente real, “Garganta profunda”, el informante secreto.

El periodismo no puede dejarse en manos de la fuente de la fuente de la fuente. En un contexto de polarización extrema su (nueva) función es desenredar acertijos y leer intencionalidades subrepticias, encubiertas.  Es probable que muchas veces las tales fuentes de alta fidelidad no existan o sí existen no hay forma de saberlo y, en cambio, pueden usar a la prensa –que muchas veces gustosa se deja utilizar en busca de likes-, para servir de idiota útil, con o sin conciencia de ello, no sabemos.

La primera pregunta que debieron hacerse reporteros y editores es dónde estaban las pruebas de aquellos que achacaron responsabilidades tempranas tras el intento de asesinato, cual Sherlock Holmes sin pipa ni gorra. Quedan mal los políticos y aquellos medios que fungen de altavoz sin cuestionar o contrastar versiones.

“…dar datos precisos imprime un “sello de credibilidad” en las informaciones. Es además una exigencia que impone el principio periodístico de que todas las fuentes deben ir identificadas, en aras de la transparencia, y que sólo en contadas, y tasadas, ocasiones se protegen con el anonimato”, escribió Soledad Alcaide, defensora del lector del diario El País de España, en un artículo de julio de 2024.

Advierte la abogada y periodista que “el anonimato no vale para todo, pero se ha extendido por el periódico la mala práctica de no atribuir adecuadamente las fuentes. (…) a menudo se escudan falsamente bajo ese eufemismo interlocutores de parte, que trabajan en departamentos de prensa de instituciones, partidos políticos y empresas. También es una protección que exigen continuamente los políticos y que se otorga sin reparos”. Lo expuesto parece un calco de lo que pasa en Colombia.

Por otro lado, no basta con que un medio despublique hechos falsos cuando ya esas falsas noticias están circulando en todas las redes sociales, a modo de captura de pantalla, ya que en estos tiempos importan más los titulares que los contenidos.

Por respeto a sus audiencias, los medios deben informar cuando se han equivocado, de modo que las rectificaciones se hagan de manera pública, a pesar del daño hecho, y justamente buscando la redención. Decía el maestro Javier Darío Restrepo, faro ético él: “La rectificación es un deber del medio periodístico y un derecho de quien recibe información cuando está comprobado el error del periodista”.

El periodismo no ha encontrado su lugar en este “nuevo orden mundial” dominado por la virtualidad y la instantaneidad.

Hay una crisis política y en simultánea una crisis periodística, donde la una y el otro, la política y el periodismo, beben de las mismas aguas, pero desconectadas del país real, que simplemente mira pasar las noticias y en ellas flotando a los políticos con sus, a veces, dobles intenciones. Mientras tanto las redes sociales son ese otro poder –hay quienes lo llaman el quinto poder-, al cual ni los medios ni la clase política le paran bolas y, por lo tanto, no han sabido interpretar.

No es capitalizando el dolor ajeno como los políticos conseguirán votos ni el camino para que la prensa recupere su relevancia. Los medios deben brillar con luz propia para salvaguardar la democracia y los periodistas reconquistar el prestigio -y ganarse el respeto- del que gozaron en otros tiempos. Ese es el verdadero reto, la plana por hacer.  

Para terminar, invito a los colegas a hacerse esta única pregunta antes de que el perro del deshonor los muerda: ¿Qué es noticia?

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