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Aldana, el Melquiades tolimense

Guillermo Pérez Flórez

Un hombre de provincia con mentalidad universal; así me atrevería a calificar al maestro Eduardo Aldana Valdés. Podría parecer una contradicción, pero no. Su personalidad se formó en su natal Purificación, mirando el manso discurrir del Magdalena y escuchando a los campesinos del sur. Sin embargo, como lo dijera Leonidas López, ex rector de la Universidad de Ibagué, en un homenaje que le hiciera el Comité de Gremios Económicos, Aldana era nuestro Melquíades: el hombre que traía al Macondo regional los inventos, los descubrimientos y las novedades del mundo.

Fue el precursor, sin condensarlo en una frase, de la idea de “Pensar globalmente y actuar localmente”. Estuviera donde estuviera —en Illinois, Cambridge o Bogotá— su corazón permanecía en Purificación: el laboratorio donde quiso probar sus ideas sobre educación, desarrollo y paz.

La primera vez que escuché hablar de Eduardo Aldana fue en 1987, cuando Ernesto Samper, Luis Carlos Galán y Julio César Sánchez (la efímera coalición SAGASA) lo propusieron como candidato a la alcaldía de Bogotá. Entonces, algunas voces intentaron descalificarlo por su cercanía con Jaime Michelsen Uribe, el banquero caído en desgracia por los manejos del Grupo Grancolombiano. Aldana renunció a la postulación. Se negó a dar explicaciones que no debía. Su “indelicadeza” había sido convencer a Michelsen de financiar el Instituto Ser de Investigación y presidir el Consejo Directivo. Aquel episodio fue una muestra de la pequeña historia que anima la política colombiana, azuzada por un periodismo adicto al escándalo. Con esa misma capacidad de persuasión había logrado que IBM, el gigante azul, les donase un computador cuando estos aún ocupaban una habitación entera, y los ordenadores personales todavía no llegaban al país.

Fue un hombre leal con su gente, con su pueblo y con el río Magdalena. Esa lealtad lo llevó a oponerse a su privatización y a su reducción a una arteria fluvial. “El río Magdalena es mucho más que una vía de transporte —decía—, y por ello la inversión pública debe privilegiar su descontaminación, la conservación de su diversidad vital, su cultura, su carácter como eje ecológico principal y su naturaleza de bien público. Concesionar su uso… parece un imposible moral.” El Magdalena, donde había aprendido a nadar, era parte de sus recuerdos de infancia. Lo sentía suyo. Nunca lo olvidó.

Cuando en 1988 fue nombrado gobernador del Tolima, tuve ocasión de conversar con él y me impresionó la diferencia de gramática y de praxis políticas. Mostraba respeto por sus interlocutores, tenía más interés en escuchar que en hablar. Rarísima virtud. Ya había sido director de Colciencias y rector de la Universidad de los Andes. Aun así, la ciencia y la academia no le habían arrebatado su lenguaje sencillo, casi campechano, que le permitía comunicarse con la gente del común, sin tecnicismos ni palabrería. Sabía hablarles a todos los públicos, como me lo recordara César A. Solanilla, uno de sus discípulos. Tuvo una mentalidad transdisciplinar, fue ingeniero pero hubiera podido ser extraordinario ministro de Justicia, pues tenía cartografiadas las deficiencias del sistema. De sus pláticas sobre la educación nació en Alfonso Reyes Alvarado, la idea de un nuevo modelo de universidad, que juntos comenzaron a implementar en la Universidad de Ibagué.

Años más tarde, en 1993, el presidente César Gaviria lo designó miembro de la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo —la “Misión de Sabios”— junto a Gabriel García Márquez, Rodolfo Llinás y Manuel Elkin Patarroyo, entre otros. Allí propuso la creación de institutos de innovación regional, para llevar educación de calidad a quienes no podían desplazarse a las grandes ciudades. No se contentó con formular una propuesta teórica: en 1998 fundó “Innovar” en ‘Puri’. Ese es su legado más cercano y tangible, aunque por supuesto no el único.

Aldana demostró siempre una especial preocupación por el desempleo y la pobreza juveniles. Sostenía que si queríamos la paz teníamos que quitarle los jóvenes a la violencia, con educación y oportunidades. Por una de esas macabras coincidencias de la vida, al día siguiente de su deceso escuché un reporte noticioso sobre 540 arrestos de jóvenes sicarios en Colombia. Una tragedia. Pensé en Aldana. Se nos fue justo ahora, que es tan popular la propuesta de construir mega cárceles para encarar la delincuencia juvenil.  Moisés Wasserman dijo esta semana, al enterarse de su fallecimiento: “Si fuéramos sensatos, él hubiera sido presidente del país”. No tengo duda. Se nos fue un hombre prudente y sabio. Se fue nuestro Melquiades. Quiera Dios que Aldana tampoco soporte la soledad de la muerte y regrese a terminar de transmitir todos sus conocimientos y los misterios a la estirpe de los Buendía.

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