Ana Duque de Estrada
Politóloga
El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos no solo ha convulsionado la política interna norteamericana; también ha tenido un efecto devastador en la imagen global del país. Un reciente informe de la Alliance of Democracies revela un dato inquietante: la percepción internacional de Estados Unidos ha caído en picada. De ser una nación vista con respeto y confianza por el 76% de los países en 2024, ha pasado a tener una imagen positiva apenas en el 45% de ellos en 2025. Un desplome sin precedentes.
Este dato no es anecdótico. Refleja un fenómeno geopolítico de fondo: el retiro de Estados Unidos como líder confiable del orden democrático internacional. Y el responsable tiene nombre propio: Donald Trump.
Trump, el gran desalineador
No es casual que esta caída coincida con su retorno. Trump ha sido, desde su primera presidencia, un crítico feroz del multilateralismo. Ha insultado abiertamente a la Unión Europea —a la que calificó de “horrible” y de haber sido creada para “aprovecharse” de Estados Unidos—, debilitado la OTAN, saboteado tratados internacionales y despreciado los organismos multilaterales.
No se trata solo de retórica. Sus actos —desde la imposición de aranceles unilaterales hasta el desdén por los derechos humanos y el cambio climático— han alimentado un sentimiento global de desconfianza. Hoy, según la encuesta, Donald Trump tiene peor imagen que Vladimir Putin y Xi Jinping. En 82 de los 100 países encuestados, su nombre genera más rechazo que simpatía. Un récord vergonzoso para quien lidera la llamada “primera democracia del mundo”.
El ascenso silencioso de China
Mientras tanto, China avanza. El mismo estudio muestra que, por primera vez, la percepción global del gigante asiático es más favorable que la de Estados Unidos. Solo Europa mantiene una mayoría crítica frente a Beijing; en el resto del planeta, la influencia china crece. Con inversiones, diplomacia estratégica y ausencia de juicios morales, Pekín está llenando el vacío que Washington ha dejado.
Trump no solo ha desgastado el prestigio de su país: le ha abierto la puerta a una reorganización del tablero global, donde el autoritarismo asiático aparece —para muchos— más estable, más confiable y menos caótico que la democracia estadounidense bajo su liderazgo.
Un liderazgo que se desmorona
Lo que está en juego no es solo reputación. Es liderazgo, influencia, capacidad de negociación. Estados Unidos ya no es, como en el pasado, el referente moral o el garante del equilibrio internacional. Su palabra se devalúa. Sus alianzas se resienten. Sus adversarios se envalentonan.
La política exterior estadounidense ha pasado de la firmeza diplomática al berrinche aislacionista. Y el mundo lo está notando. Europa se distancia. América Latina desconfía. África y Asia se reconfiguran. El liderazgo global se ha fracturado.
¿Un punto de no retorno?
La gran pregunta es si este proceso es reversible. ¿Puede Estados Unidos recuperar su estatura internacional tras Trump? ¿Volverán los aliados a confiar en una potencia que un día firma tratados y al siguiente los rompe por capricho presidencial?
El daño es profundo. Y no basta con ganar elecciones futuras para restaurar la credibilidad. La influencia global se basa en constancia, coherencia y principios. Tres cosas que la presidencia de Trump ha dinamitado.
Lo cierto es que el mundo observa, juzga y se adapta. Y si Estados Unidos no retoma pronto el liderazgo que alguna vez lo distinguió —no el de la imposición, sino el de la inspiración—, corre el riesgo de quedar rezagado en la historia. Mientras tanto, los líderes autoritarios celebran el espectáculo: la democracia tambaleante de una superpotencia que ya no convence ni a sus aliados.